domingo, 20 de septiembre de 2015







"Vivir aquí es hacerlo con otro ritmo de vida", dice Isa, habitante de la comunidad de Santa Rosa del Ávila en Caracas. Entre pimentones, tomates y girasoles, con Caracas al fondo, los cerca de ochenta habitantes, refrescan entre el rocío húmedo del cerro el Ávila la herencia de un poco más de cien años de recolección, siembra y distribución de alimentos únicos de la zona. "Las cosas se hacen bien o no se hacen", cuenta Isa dándole importancia al aislamiento de su comunidad desde la época que trabajaban con la hacienda La Urbina. 



Santa Rosa del Ávila. Caracas, Venezuela

domingo, 7 de junio de 2015

VENEZOLANOS


VENEZOLANOS    





Es hora de almuerzo y el menú: pescado, arroz y ensalada rayada. El camino desde el colegio hasta la casa, es siempre el mismo: una caminería de tierra que encuentra la arena de la playa, guiado por el sonido de las olas y el saludo de los vecinos.

    A poca distancia, se ve el pueblo de Pui Puy. Tres niñas regresan del colegio "Escuela Paraíso". Sus sonrisas cómplices, repasan las posibilidades de una de ellas con el "más lindo del salón".



   #Venezolanos

martes, 17 de marzo de 2015

TATUADOS EN EL EXILIO


Decisiones, alguien pierde, alguien gana ¡Ave María!. Decisiones, todo cuesta. Salgan y hagan sus apuestas, ¡Ciudadanía!”. El himno salsero del panameño Rubén Blades en su coro, sirve de escenario para que la tinta, en manos de un venezolano, recorra la piel de quien decidió acompañarse el antebrazo con un tatuaje. Frases de la canción despiertan en este que manipula la aguja, un sentimiento confuso al extrañar de a ratos lo que ha dejado en su país. “No pienso regresar. Vine de vacaciones y me gusta mucho como se vive aquí. Allá no se consigue nada, el dinero no vale nada y aquí he conseguido trabajar de lo que sé y me gusta hacer que es tatuar”, dice al estar cerca de cumplir un año y medio en Barcelona.


Su novia sueca lo interrumpe para preguntarle si quiere beber algo. Se entienden en un inglés básico pero Ángel Camacho asegura, está encantado. “La otra vez le preparé un desayuno venezolano con unas buenas arepas y le gustó mucho. Vamos a ver qué pasa”, sentencia con una sonrisa.

Voces dentro de un estudio de grabación, se combinan para plasmar los coros y el entrelazado entre la principal y la secundaria. Ambas se turnan en un juego de afinaciones que se van acoplando a los instrumentos ya editados de la banda de rumba catalana que ensaya en una calle de Poblenou. Diego Gil, mitad venezolano, mitad español, tiene casi 10 años en Barcelona. A sus 30 años de edad, afirma con desapego que no sabe ni entiende todo lo que se habla de Venezuela.

No ha pisado el calor de su tierra madre porque: “Todo lo que tenía allá, está afuera del país. Mis padres vinieron a vivir a España, mis amigos dejaron de vivir en el país con el pasar del tiempo y no sé que puedo buscar allá, ni qué podría encontrar.”, dice mientras descansa del primer corte de grabación y agrega que las noticias del país tampoco son las más alentadoras.





 
      A casi 540 km. de distancia de Barcelona, en un consultorio odontológico en Alicante, Carolina La Fuente revisa las caries de una pequeña a la que le prohíbe comer dulces en exceso. Confiesa que antes de llegar a España, salió con su

esposo de Venezuela a Miami donde estuvo casi 10 años. “Salimos porque éramos una pareja joven que tenía todo por delante y en el país las cosas empezaban a cambiar.”


      Al no tener oportunidad de trabajar como odontólogo en Estados Unidos, cuando estalló la crisis en 2008, ella, su pareja y sus hijos, lo dejaron todo por un futuro mejor en España. La doble nacionalidad le ha dado las oportunidades, “pero no ha sido fácil ya que aquí estamos atravesando una crisis”, dice mientras conduce del consultorio a su casa.




Venezuela, durante el siglo XX albergó a miles de europeos que huían de la guerra. “Era una tierra de oportunidades.” señala, Carolina; “Ahora no es así, cada vez llegan más venezolanos a España y a otros países. Nos hemos convertido en inmigrantes por excelencia”.





“Aquí en España vivo sin miedo”, asegura Paula Rodríguez , Licenciada en Comunicación Social, quien tomó la decisión de ir “estudiar y buscar una mejor calidad de vida”. Ella forma parte de una estadística que define al país sudamericano de los últimos 10 años.


Aproximadamente un millón y medio de venezolanos, según datos de la Universidad Central de Venezuela, han optado por una alternativa de vida fuera de sus fronteras debido a la escasez de alimentos, la inseguridad, impunidad, inflación de la moneda, el cierre de medios de comunicación y la represión, elementos tatuados en todos los venezolanos que viven fuera de su país.
El 80% de ellos son profesionales. Al menos 200 mil venezolanos residen en España, el segundo destino después de Estados Unidos.



“Lo más complicado es vivir con el grado de violencia e inseguridad que hoy tenemos; vives con miedo”, afirma. Con un promedio de 25 mil muertes violentas sólo en el año 2013, según el Observatorio Venezolano de Violencia, el país petrolero se ha convertido en uno de los más peligrosos del mundo. “En Barcelona camino sin miedo por la calle.
En Venezuela trabajaba como Coordinadora de Publicidad y Marketing y con ese sueldo no podía independizarme, aquí en una tienda puedo mantenerme. Es un contraste poco creíble y triste a la vez.”



Mientras ordena la mercancía de la tienda donde trabaja, Paula, recibe con un inglés fluido a un cliente oriental que pide los modelos de calcetines en oferta. “Estoy trabajando porque me negaron CADIVI y sin ello era imposible pagar un postgrado. Tengo muchísima suerte porque hoy en día encontrar trabajo en España, y aquí en Barcelona, es difícil”.





Paula, con pasaporte español, tiene doble nacionalidad, lo que le ha permitido conseguir cómo mantenerse sin plantearse regresar por el momento. “Extraño todo lo que dejé allá. La vida de inmigrante no es fácil pero vale la pena el sacrificio”, concluye.








Por su parte, Giancarlo Álvarez, Licenciado en Administración de Empresas, se atrevió a viajar a España esperando una respuesta de Cadivi para poder realizar un máster en Administración y Finanzas. La respuesta, como a cientos de estudiantes venezolanos en el exterior a finales del año 2014 fue negada bajo la excusa de que el gobierno nacional no poseía divisas suficientes.


























“Intenté quedarme de camarero, pero sinceramente, no es lo mío y no quiero quedarme aquí haciendo eso”, dice a 8 horas del vuelo de regreso a Caracas.


 La Revolución comenzó a gobernar a partir del año 1999 en el país caribeño. Desde ese momento las clases populares, la gran mayoría del país, fueron escuchadas con la intención de reivindicarlas con educación pública, redes de automercados populares, viviendas dignas, salud pública y muchísimas misiones o proyectos que debían convertir a Venezuela en una potencia. Durante 15 años de gobierno, el país ha sufrido devaluaciones, desabastecimiento y escasez, acusaciones contra los derechos humanos, actos de represión y tortura.
El testimonio detrás de la estadística respalda, cómo parte de una sociedad se siente abandonada por un sistema político que los invita y a veces obliga, a buscar otras opciones de vida lejos de sus familiares, sus símbolos patrios, su historia. Es quizás el primer éxodo masivo de Latinoamérica en el siglo XXI.


En las calles de cualquier ciudad del país criollo, resaltan los afiches donde la Venezuela Socialista es humana, grande y feliz; sin embargo tiene a muchos de sus hijos tatuados en el exilio.




Juan Andrés Pinto

jueves, 1 de enero de 2015

ARENAS DE BARCELONETA

    

ARENAS DE BARCELONETA



   
    Barbas y pieles peinadas con arena y sal. Tabacos húmedos de arte e inspiración. Ojos coloridos por el reflejo del mar; un mar que separa dos mundos dentro de uno aún más grande que los une, pero mantiene sus históricas distancias.


   La gente camina frente a la playa de la Barceloneta, observa formas y figuras; unos más, otros no tanto. Curiosos cuando la arena habla por sí sola transformándose en una obra de Gaudí, o en personajes multiculturales como Homero Simpson. Los niños no ven las barbas y las pieles arenosas con fibra de río y desierto, la imaginación no se arropa con la apariencia sino con la esencia. Un castillo de arena puede guiarlos a una indeterminada aventura en tan solo segundos; un dragón, causar miedos e impresiones; una catedral que expulsa humo, risas y asombro. Cuando los niños ríen junto a sus padres, el artista acompaña la geniuna aprobación a su obra con sonrisas y satisfacción, y ese es un buen día.

    Un buen día comienza sin presiones a la hora de trabajar. No hay jefes, no hay oficina, no hay tareas meticulosas y organizadas, solo vale la inspiración para que cada centrímetro de arena que se eleva frente a la caminería, logre hablar por sí mismo; el dinero siempre es importante pero aquí, va en segundo lugar. El primer valor es saber que el arte tiene mérito, reconocimiento y que “eres feliz mientras lo haces” , que “no haces daño a nadie, es simple arena”.


     El proceso de construcción de cualquier monumento u obra, sin importar su escala o importancia, comienza con un estudio, seguido de un diseño calculado, una base y luego su respectivo levantamiento. Desde el antiguo Egipto hasta la moderna Dubai, los alzamientos arquitectónicos han buscado producir admiración en sus observantes, y a partir de ella vernos reflejados a todos por igual. De las pirámides sabemos poco para los grandes misterios que en ellas aguardan. Los edificios modernos no gozan de lo desconocido, todo lo contrario, son ejemplo palpable del ingenio moderno. Nosotros como transeúntes del día a día, somos simples testigos. Sin embargo, un castillo de arena no deja de maravillarnos, no deja de mover esa pequeña esencia de niños que aún juega en nosotros.

    El sonido de las monedas rebotando en una pequeña caja de cartón al borde de la caminería, se identifica por encima de las bicicletas, las pisadas a diferentes ritmos y los incontables idiomas que se mezclan en una caravana cultural conocida como Barcelona. Un“Can I take a picture, please?” (¿Puedo tomar una foto, por favor?) de la mano de una sonrisa pícara por parte de una señora, interrumpe el esculpido de un Bart Simpson mostrando sus partes nobles. Las miradas con asombro e ingenua complicidad se detienen, algunas con cámaras fotográficas, para disfrutar de la obra. Un “Thank you”, y un “Gracias”, se devuelven por parte del artista, en este caso de Senegal.

   El nombre de Senegal, según una teoría popular, deriva de la expresión wólof “sunu gaal”, que significa “nuestra barca”, resultado de la complicada comunicación entre los marineros portugueses del siglo XV y los habitantes del lugar. En la actualidad ocho lenguas oficiales se erigen en la nación africana, aunque el francés sea la primera. Al sur de “nuestra barca”, en la localidad de Casamance, “cuando trabajamos no estamos molestos porque el trabajo no nos disgusta, cuando trabajamos cantamos sonriendo porque somos felices haciendo lo que hacemos”, dice el senegalés al ritmo de la música de fondo.

   Suena Bob Marley desde unas pequeñas cornetas mientras se corrigen los detalles de la obra. Las letras de sus canciones se fusionan en los coros con la voz, de quien delante del paseo turístico, tiene tan solo en sus manos una brocha y una espátula. “No woman no cry”, canta con orgullo haciendo énfasis en la frase: “My feet is my only carriage, so I've got to push on trough. But while I'm gone I say: everything is going to be alright”. Con orgullo la traduce al castellano con el mismo ritmo para los testigos: “Mis pies son mi único vehículo, tengo que seguir empujando hacia adelante, pero mientras me voy, te digo: Todo va a estar bien”. “Hay que estar en paz con uno mismo para no caer en las provocaciones y en obscuridad”, afirma mientras la música armoniza a los curiosos con monedas y cámaras.



    A pocos metros en la misma playa. un guía turístico agrega en su excursión las exposiciones de arte que ve en la playa de La Barceloneta; “...esa que ven allí, es la Sagrada Familia...”, señalando en dirección hacia el mar, mientras pedalea su bicicleta seguido de media docena de admiradores orientales. Un niño, sin hacer caso al estado de su ropa y con los zapatos a un lado para no llevarlos al mismo fin, trata de imitar la ya terminada Catedral. Mezcla agua con arena y utiliza sus manos para moldear las bóvedas. “Los niños son lo mejor que hay”, dice el artista de Argelia quien lleva rato observándolo. “La arena es mi elemento y soy feliz al hacer lo que me gusta”, manifiesta sonriendo.



    Mientras su obra llama la atención de los caminantes, el representante gótico de las arenas, decide cambiar algo en la estructura. “Los muros no están hablando y ellos deben hablar solos”, asegura. Con una expresión parecida a la de Picasso al momento de darle vida a un cuadro, toma sus instrumentos, se detiene ante a la figura y comienza a darle una nueva forma pero mantiene la base original. “Ahora sí dicen algo”, concluye satisfecho y emocionado. El niño no renuncia a su imaginación, y continúa levantando arena mezclándola con agua. El artista no deja de alentarlo hasta que el padre satisfecho llama al infante para continuar.

    Argelia ha estado habitada por los bereberes desde hace más de diez mil años. Los bereberes, aquellos pertenecientes a un conjunto de etnias autóctonas al norte de África, construyeron los primeros monumentos de los que aún hoy quedan restos o vestigios. En términos relacionados la palabra “bereber”, significa “hombres libres”; expertos conocedores del desierto, los vientos y las arenas cambiantes. “Son hombres libres de territorio y de espíritu; hombres capaces de ver las edades del alma”, comenta mientras detalla su obra terminada y fuma un tabaco húmedo de arena.



    Un compañero de oficio pide una cubeta para llenarla de agua; se dispone a dar forma a un barco pirata a pocos metros hacia la otra dirección de la caminería. Como si trataran de emprender una travesía a través del Mediterráneo, la tripulación, un capitán búlgaro y un teniente albanés, graban en el montículo de arena, el rostro del pirata en la proa de la embarcación encallada bajo el sol. Buscan los ángulos perfectos para que se mantenga a flote. El capitán, como si fuese un maestro de obra en pleno muelle justo antes de soltar la nave, corrige los acabados con un pincel. “Cada detalle cuenta. No es un castillo, es un barco”, le dice a su teniente albanés. Éste, continúa concentrado intentando que la estructura se mantenga en pie.



   El arte tiene la oportunidad de mostrar el mundo como algo en constante cambio. Hombres de diferentes fronteras expresan bajo un mismo elemento, la constante lucha por sobrevivir y estar en paz con ellos mismos. La esencia propia del ser humano.



...libertad, igualdad y fraternidad. La relación entre ellas es incierta, o más bien,
problemática. Hay contradicción entre ellas: ¿cuál es el puente que puede unirlas?”

Octavio Paz, La Otra Voz. Poesía y Fin de Siglo